Un texto muy rabioso
Crecí sin hacer uso de mi poder creativo primario: la voz.
Afortunadamente existe el papel y la pluma para escribir mi propia historia. Escribo para explicarme mi historia, las veces que sean necesarias, hasta que sea conjunta la experiencias de mi vida al unísono de mi voz.
Nos enseñan a enemistarnos con nuestro enojo, que las mujeres somos intensas, locas, inestables e histéricas, y por supuesto crecí con el miedo de ser esa "mala mujer", quise ser diferente. En esa diferencia desconocí mis emociones y mi palabra. Me enseñaron que cuando te enojas pierdes, y no solo eso, por si no fuera lo suficientemente difícil escucharnos e identificar nuestras emociones, ahora también enojarse era un pecado, una ofensa contra un dios que exige una buena cara, alegría y felicidad perpetua, sí, incluso o más aun en las peores tempestades. ¡Qué rabia!
Me molesta mucho que como mujeres nos desconecten de nuestra brújula primaria del cuerpo y las emociones que la habitan, sobre todo del enojo, el cual nos conduce a la creatividad y movilidad para transformar lo injusto y lo indigno. En su lugar nos enseñan el silencio y cárcel de la resignación que nada transforma y más bien lo consume todo. El costo del silencio y la resignación es la consumación interna; la enfermedad. De alguna manera el cuerpo se las arregla para solventar y afrentar los dolores. Gracias cuerpo por responder por mí, enfrentar mis males, por literal acuerpar y darlo todo por mí.
En un mundo donde las emociones se ignoran y evaden, estas se vuelven recalcitrantes. La gestión emocional se vuelve abismal y complejísima ¿Qué hay que hacer con las emociones que consumen, arden o queman? He escuchado hablar de control, regulación, modulación, reconocimiento, transición.
Al menos en mí descubrí que mis emociones están, antes que nada, para mí, como ofrenda para mi existencia. Están, de entrada, para sentirlas, existen como indicadores, mensajes y testigas de la vida, señales que nos da la cuerpa frente a múltiples situaciones.
El primer acercamiento a sentirme intensamente viva fue con el enojo, la rabia que mueve, hace y deshace cualquier cadena. Hace tiempo que mi discontento, disenso, disidencia, molestia, incomodidad es tan grande que me habita y me confronta asimilar qué tanto representa mi identidad y qué tanto es la cuerpa solicitando que responda a esos mensajes que me llegan a la piel.
Mi rabia responde y se potencia a la inmovilidad y silencio pasivo de tantos años. Asumir la experiencia de estar viva, el tiempo que todo lo asienta, se enraiza y fortalece lo que me sostiene, se aleja lo que no me pertenece. Conectar con mi rabia me hace conectar conmigo. Reconocer y expresar toda mi rabia, que es mucha, me ha permitido también conocer facetas profundas de mi alegre rebeldía, ternura rabiosa, hacer las paces con la diferencia.
Agradezco a la rabia por devolverme la capacidad de sentir fuerte y sentirme viva.
Agradezco a la rabia por devolverme a la vida. Porque mi rabia es, ahora, bendita.
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