De la idealización del trabajo precario


La idea de trabajo se piensa como un objetivo natural de vida, deseable y valioso en sí mismo, pero poco se analiza respecto a la naturaleza de éste en nuestras vidas, ¿cuál es su impacto psicológico?, ¿qué papel desempeña para la satisfacción de nuestras identidades personales?, ¿cuánto abona a nuestras aspiraciones morales?

La principal justificación del trabajo parece razonable porque satisface nuestras necesidades biológicas de supervivencia, abona a la reproducción cultural de la vida en nuestro medio y da solvencia económica. Sin embargo, esta primera justificación tiende al encuadramiento del trabajo automatizado en el marco de la reproducción de la estructura económica hegemónica, sin prestar atención necesariamente a nuestras necesidades identitarias y su compatibilidad con dicha estructura.

El trabajo “expresa el esfuerzo humano por regular sus relaciones con la naturaleza del tal modo que, transformándola, se constituye a sí mismo”[1]Las relaciones que se crean entre el esfuerzo y la naturaleza no se limitan a la mera satisfacción de las necesidades biológicas, en el caso de la humanidad, sino que éstas -a conciencia de su capacidad creativa- producen trabajo aún después de satisfechas sus necesidades más inmediatas. O sea no solo trabajamos para poder comer, también para detonar nuestros intereses y facultades creativas.

Cabe aquí pensar en la existencia de un modelo aspiracional de desarrollo personal que se rige por la hipervalorización del consumo, uno en el cual el trabajo se mecaniza y se vuelve enajenante, uno que no permite el libre aprovechamiento de nuestras facultades creativas. La conceptualización del ‘éxito’ y del ‘fracaso’ pasan a ponerse en función de los bienes adquiridos y no de los ideales cultivados; el poco o nulo sentido que encontramos en las aspiraciones consumistas enajenan el esfuerzo manual-intelectual que ponemos en las cosas que hacemos, carcomen nuestras identidades. 

Actualmente, hay quienes piensan que no existen pisos ideológicos firmes en los cuales uno podría ubicarse espacio-temporalmente y aún así, las contradicciones se hacen presentes al momento en que advertimos que pese al resquebrajamiento de la realidad -respecto a lo que alguna vez fueron las grandes narrativas de proyectos político-culturales de construcción de estado-naciones (capitalismo vs comunismo)- aún encontramos remanentes de estas grandes narrativas en lo que aspiracionalmente las sociedades occidentales buscan en las dinámicas económicas, la transmisión de la información, y sobre todo, en el desarrollo de la tecnología. Fines que supuestamente abonarían elementos de bienestar para la vida individual y colectiva.

Vemos pues los síntomas de una nueva gran narrativa global donde el trabajo humano ocupa un papel clave. La vida en términos de la más fresca narrativa capitalista se basa en pensarnos a nosotros mismos no más allá de nuestros actos productivos, la totalidad de nuestra vida en relación al trabajo que tengamos, el éxito de éste en función a los intereses del desarrollo tecnológico y del capital.

La formación humanística o social es la que podría cuestionar esos modelos aspiracionales y podría transformar el trabajo mecanizado en vías de resistencia congruente con las necesidades intelectuales y morales de cada persona, pero bajo el contexto de la precarización laboral y del renovado enfoque de los proyectos político-culturales corre el riesgo permanente de tornarse complaciente y moldeable al sistema económico, hecho que absorbe su cualidad creativa  y propositiva. Tarea impostergable ha de ser la disociación del trabajo de sus nociones capitalistas. 


[1]Fraiman, J. A. (2015). Algunas consideraciones sobre el concepto de trabajo en Karl Marx y el análisis crítico de Jürgen Habermas. Trabajo y Sociedad, 236.




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